El dinosaurio por fin se movió. El priismo tamaulipeco tardó más de un año en dar señales de vida después de haber sido borrado del mapa en las pasadas elecciones locales, pero finalmente lo hizo.
Es cierto que parte de la culpa es de la dirigencia nacional, que prácticamente paralizó la grilla tricolor en los estados para centrarse en las elecciones del Estado de México.
Pero la otra parte fue responsabilidad de la propia cúpula priista tamaulipeca, o de lo que quedó de ella.
Durante un año los priistas tamaulipecos han acusado la falta de liderazgo, incluso entre sus propios grupos y corrientes, que fueron dejados en el olvido.
A falta de gobernador tricolor, se han refugiado con los ex. Toda una paradoja pues fueron estos quienes enterraron al partido.
Y son ellos mismos, los ex gobernadores priistas, quienes buscan retomar el control político de la entidad, empezando por las alcaldías y cargos federales que se disputarán el próximo año.
De ahí la lucha por la dirigencia local, que habrá de marcar los tiempos y controlar los proceso de selección, e incluso dar luz verde a los pocos que buscarán reelegirse.
Por eso más allá del discurso de unidad que todos los priistas con aspiraciones pregonan, los golpes debajo de la mesa son cada vez más fuertes.
Entre este choque de influencias y corrientes, hay uno que llama la atención porque es una mezcla de geñistas y tomasistas.
Lo encabeza Oscar Luebbert pero es respaldado (y patrocinado) por Oscar Almaraz. Su operador es Ricardo Gamundi y hasta cuenta con la ayuda de la alcaldesa de Reynosa, Maki Ortiz Domínguez.
Si se piensa bien, no son tan extraños compañeros de cama. Almaraz tiene historia con cada uno de los reynosenses con los que ahora busca aliarse.
El alcalde de Victoria recibió el apoyo de María Esther Camargo, esposa de Luebbert, para recibir los 300 millones de presupuesto extraordinario de parte del Congreso Federal para su plan de obras en la capital.
Quienes entienden esto, además del obvio respaldo político para las aspiraciones de Almaraz, confirman una conexión de negocios, y es que las obras no se hacen solas.
La alianza de Almaraz con Maki, más bien ha sido fortuita pero no por eso frágil.
Aquí Luebbert fue de nuevo el arquitecto. A la reynosense se le ofreció el respaldo priista desde San Lázaro a cambio de revelarse contra su partido y contra el propio gobernador.
Lubbert va por la Presidencia Municipal de Reynosa para su esposa y Almaraz busca debilitar al gobierno estatal en su camino por la gubernatura.
Es un ganar-ganar para los tres, pues Maki asegura recursos con sello federal para sus dos años de administración e incluso una posible diputación federal por el PRI.
Quien está detrás de la estrategia es el Negro Gamundi, otro veracruzano que echó raíces en Reynosa y que conoce bien los intereses y relaciones de los grupos del norte y centro del estado, y sobre todo que está acostumbrado a realizar el golpeteo y el trabajo sucio.
Y de eso Gamundi tiene antecedentes de sobra en Reynosa, nada más pregúntenle al Betico.
De ahí su repentina aparición tras el veto impuesto por Egidio Torre que lo mantuvo alejado de Tamaulipas por seis años.
Algo le sabe Egidio que se lo quitó del camino como quien espanta una mosca.
Ahí la tiene, la disputa por el PRI de Tamaulipas es una lucha entre tomasistas, geñistas y egidistas, y de comparsa Alejandro Guevara, quien solo sirve para dar pena.
Pues eso.
Es bueno saberlo: En el colmo del cinismo, mientras Reynosa se cae en pedazos a causa de la inseguridad, su alcaldesa Maki Ortíz organizó un festejo “Para las mamás y papás” donde contrató a la Trakalosa y rifó premios millonarios, incluyendo casas. El mismo modus operandi que Almaraz utiliza en la capital (se acuerdan del Carnaval). Ya lo sabe, en la política no hay coincidencias.