LA BATALLA DE LA PULGA
Es, en efecto, una institución muy pequeña. Jean Meyer la comparó con una pulga. Pequeña por su planta docente, por el número de sus estudiantes, por el reducido número de programas académicos que se imparten ahí. Ha sido, sin embargo, una institución ejemplar y valiosísima para México. Una referencia indispensable en la conversación nacional. Un espacio de formación académica que ha nutrido la administración pública, la diplomacia, la academia, la prensa. Un centro de investigación de altísimo nivel que ha dado luz al país en muchos ámbitos. Sin los estudios que se han hecho en el CIDE en los últimos años estaríamos más a oscuras. No tendríamos las radiografías de nuestra condición que, desde hace décadas, se han tomado ahí. Tendríamos un recuento más pobre de nuestro pasado. Ignoraríamos tramos cruciales de nuestra historia intelectual. Tendríamos menos pistas para la profesionalización periodística. Desconoceríamos la extensión de nuestra intemperie legal, los trucos de la corrupción. Habrían permanecido en la penumbra muchos abusos militares. El CIDE nos ha dado datos, nos ha aclarado ideas, nos ha ofrecido propuestas. Una pequeña y valiosísima institución académica a la que es necesario defender. Hay que defenderla, en primer lugar, de la calumnia. No puedo agregar nada a la contundencia con la que se expresó Mauricio Merino hace unos días. Invito a que se escuchen las palabras que pronunció en la Feria del Libro, nombrando las cosas por su nombre. No puede trivializarse lo que dice el jefe del Estado Mexicano, como si fueran tonterías sin importancia. Sí, dice estupideces todo el tiempo, conceden sus defensores, pero eso no es relevante. Se equivocan. No es obsesión el detenerse en su política de difamación porque tiene consecuencias. El mensaje de Merino es un documento memorable porque confronta directamente esa arbitrariedad que comienza con el desprecio a la verdad, que pretende destruir reputaciones y que, en el fondo, aspira al sometimiento de toda voz crítica. El CIDE no es ni ha sido nunca una capilla. Ha sido un foro, un espacio abierto a la investigación y a la crítica. Es inaceptable también que se diga del CIDE (como se ha dicho también de intelectuales y de medios) que fue cómplice de la corrupción, que calló ante las corruptelas del pasado, que guardó silencio mientras el país se deshacía. Uno de los problemas del autócrata que nos gobierna es que no siente el mínimo interés por examinar sus prejuicios. Encerrado en la certeza de su maniqueísmo, no encuentra razones para abrir los ojos. Eso es, a la mitad de su administración el presidente López Obrador: un ciego que tiene prisa. Hay que defender también al CIDE de la intervención ideológica. Esa es la misión declarada del director que se ha designado violando abiertamente la normativa de la institución. Imponiendo su imperio con desplantes autoritarios, despreciando todo canal de diálogo, insultando alumnos anuncia una purga ideológica. No camina por impulso propio. Si algo ha caracterizado la política de ciencia y tecnología de este gobierno ha sido la rabia persecutoria. Combatir a la ciencia neoliberal es limpiar a las universidades de quienes fueron infectados con ideas perversas. Todos podrían haber sido contaminados: quienes estudiaron en universidades extranjeras, quienes exploran asuntos indebidos, quienes han colaborado con empresas privadas, quienes han recibido fondos de fuera. Lo sabemos: quien no rinda homenaje permanente a las seis frases del Presidente comete pecado de neoliberalismo. No me parece una casualidad que el gran aliado de la directora del Conacyt sea el fiscal de la República. Para limpiar a la ciencia de la contaminación neoliberal, para hacer la ciencia de la "Cuarta Transformación", hay que cortejar al policía e intimidar a los académicos. Recuerdo en un paréntesis que, hasta el momento, no se ha convocado aún al comité que debe sancionar la deshonestidad intelectual del perseguidor que forzó su ingreso al Sistema Nacional de Investigadores. Lo que se intenta en la pulga puede intentarse pronto en el elefante, advertía Jean Meyer. Los ataques a la Universidad Nacional ya han empezado bajo la misma acusación. Por eso la batalla del CIDE no es del CIDE solamente. Su resistencia es vital para la sobrevivencia de una educación libre del adoctrinamiento oficial.