Creyeron que la victoria de Andrés Manuel López Obrador seria solo un tropiezo; y la Cuarta Transformación, una aventura sexenal. No tuvieron la honestidad intelectual de mirarse al espejo y de asumir el daño que le habían hecho a México.

Fueron incapaces de entender y aceptar su derrota y de organizarse para convencer con argumentos a esas mayorías decididas que conscientes y decididas les dieron la espalda.

Les ganó la soberbia y se empeñaron en vencer, en destruir al presidente más bien a cualquier costo, desplegando un arsenal de trucos sucios. En lugar de acabar con López Obrador como era su intención, lo fortalecieron, de nada sirvieron los embates mediáticos y los intentos de movilización callejera en contra del que terminó su mandato como el presidente con mayor aceptación ciudadana de la historia reciente. 

Su caída, que es preciso recordarles fue aún más catastrófica en las últimas elecciones, solo ganaron Aguascalientes y 44 de los 300 distritos electorales.

La Cuarta Transformación les arrebató limpiamente además de 7 gubernaturas y la jefatura de gobierno en la Ciudad de México, la mayoría calificada en el Congreso Federal y en 25 Congresos Estatales. 

Claudia Sheinbaum Pardo superó incluso a López Obrador al obtener casi 36 millones de votos.

De nada les sirvió a los opositores esta lección contundente y ejemplar.  Siguen empeñados en negar la realidad, repitiendo la misma sarta de mentiras que solo ellos se creen y que sacan de los más vetustos manuales anticomunistas.

Su tozudez los ha llevado a terminar arrinconados en bastiones, los medios de comunicación y el poder judicial de los que en tanto que no los asiste la razón y no respetan la ley, serán expulsados muy pronto. 

Como no toleran la democracia, apuestan a que de nuestro país se apoderen esos monstruos; el odio, el miedo, la incertidumbre, el caos y la violencia que como dice Antonio Gramsci se producen en ese clarooscuro cuando el viejo mundo se muere y el nuevo está por llegar.