Feliz Año Nuevo: razones para celebrar  

 

Cuando los albañiles bendicen el inicio de una obra, o cuando se rompe una botella para el primer viaje de una embarcación, incluso cuando una pareja se une en matrimonio, lo que estamos viendo son los primeros pasos de una nueva empresa. 

Estas ceremonias inaugurales son fundamentales cuando se camina por terreno desconocido. Sirven para contener los nervios y para invocar la buenaventura del futuro.

Estos rituales, que piden la asistencia de un poder divino, nos sirven para invocar nuestra espiritualidad, la gracia de lo que está más allá de nuestro control, y fortalecer nuestra fe en que efectivamente lo desconocido nos traerá algo mejor.

Las tradiciones son certidumbre. La vida no. Por eso los hombres nos empeñamos en crear patrones y repeticiones, protocolos, como una forma de lidiar con lo desconocido.

De eso tratan también las celebraciones de Año Nuevo. No se festeja el viaje de la Tierra alrededor del Sol. Se festeja el ciclo que terminamos, pero sobre todo, se invoca la buenaventura del ciclo que estamos por comenzar.

Por eso hay uvas y 12 deseos, por eso hay calzones rojos y amarillos. Por eso se barre la entrada de la casa y se corre con las maletas por la calle. Es la forma en que la humanidad busca darle sentido a un futuro incierto y predecir su resultado. O al menos, intentarlo.

Quizá por eso son los jóvenes quienes más disfrutan estas fiestas, porque celebran un futuro de posibilidades. El alcohol y los excesos ayudan, claro, pero no hay que subestimar el poder que tiene la esperanza.

Los viejos, en cambio, están felices con el futuro que venga. La mayoría de ellos lo han vivido todo y aceptan el porvenir con una sonrisa, sin importar qué tan dulce o tan amargo sea. Por eso no tienen necesidad de esperar las 12 campanadas o la cuenta regresiva. Están ciertos de que comenzarán de nuevo como lo han hecho una y otra vez.

También existe, por supuesto, una minoría que prefiere ignorar este tipo de celebraciones. Los amantes del status quo, los que no aceptan que las cosas cambien, esos mismos que preferirían revivir el pasado una y otra vez porque les aterra la incertidumbre. 

Si por ellos fuera, vivirían en el Día de la Marmota (Groundhog Day), aquella película donde Bill Murray hace de un meteorólogo arrogante que queda atrapado en el tiempo y está obligado a revivir el mismo día una y otra vez. 

Su enojo y apatía son la única respuesta ante su incapacidad de parar el tiempo.

La celebración de Año Nuevo es prácticamente universal; se celebra en todas las culturas de la Tierra. Esta universalidad genera una identidad colectiva de la que todos nos sentimos parte y refuerza los lazos sociales de paz y armonía. 

Es lo que está detrás de lo que muchos llaman el “espíritu navideño” y que trasciende la denominación religiosa.

Durante los rituales y las celebraciones de Año Nuevo, se genera una sensación de igualdad y unidad. Se trata de un estado de comunión (communitas) que fortalece los lazos familiares pero también los lazos sociales. Después de todo, el año tiene los mismos días para todos.

En Año Nuevo, las reuniones familiares, los abrazos y los brindis representan actos de comunión. Estas prácticas no solo celebran el ciclo que termina, sino que también refuerzan la unidad en la comunidad frente a los desafíos que vendrán. 

La experiencia emocional compartida—la alegría, la esperanza, incluso la nostalgia—actúa como un recordatorio de que, aunque el tiempo es incontrolable, no estamos solos en el camino.

Y eso es motivo suficiente para celebrar. Porque no importa cuál sea ese futuro ni tampoco lo que depare este 2025, mientras recordemos que no estamos solos, que formamos parte de una familia y una comunidad, hay garantía de que se puede superar cualquier obstáculo.

Ese es mi mayor deseo para el año que está por comenzar: buena salud, felicidad y prosperidad, pero sobre todo que tengamos con quién compartirlo. Si no, de nada habrá valido la pena.

Feliz Año Nuevo.