EL MENTIROSO AUTÉNTICO
Tal vez hasta sus sueños son consignas. Tal vez sueña con las mismas frases hechas que repite mil veces. En un pasaje de Subir a respirar, George Orwell habla de un fanático de la autenticidad. Habla como una grabadora que repite siempre los mismos lemas. Los repite no solamente con pasión sino con sinceridad. No es una pose: el fanático cree cada palabra que dice. Cree en sus consignas profundamente y sin reservas. Cada lema es como una palabra sagrada para él. El personaje que describe Orwell está políticamente de su lado: es un antifascista. Pero la manera en que ese camarada cree lo que cree lo convierte en un sectario, en un odiador que ha decidido cerrar los ojos detrás de sus convicciones. No hay pose, no hay impostura en su obsesiva recitación. Todo lo contrario: en él hay una convicción fogosa y sincera. El antifascista que describe el narrador no puede más que hablar de su batalla. A cualquier provocación e, incluso sin ella, habla de la épica a la que ha decidido entregar su vida y su razón. Es una máquina que repite siempre el mismo discurso: democracia contra fascismo; democracia contra fascismo, democracia contra fascismo. Al narrador le da curiosidad la vida privada de este personaje, pero de inmediato se pregunta, ¿tendrá vida privada? ¿O será que se la pasa dándole vuelta eternamente al mismo disco? Soñará, seguramente con sus consignas.
Como buen puritano, el presidente López Obrador odia la hipocresía sobre todos los vicios. Más que a quienes hacen el mal, a quienes fingen ser buenos. Ese doblez es, a su juicio, la marca del conservadurismo: la verdadera ideología de los conservadores es la hipocresía. Los conservadores predican lo que no practican. Por ello presenta la autenticidad como la nota de su superioridad moral: es un hombre auténtico, es sincero, dice lo que piensa y hace lo que promete. Al mismo tiempo, la verdad le interesa poco y no pierde mucho tiempo en ocultar su desprecio por ella. Es de agradecer que, con frecuencia, nos advierte que está mintiendo. Casi con orgullo subraya sus mentiras advirtiéndonos que son parte de sus "otros datos". Una confesión franca: lo que digo no retrata la realidad sino mi fe. Les digo lo que creo que existe y eso es suficiente. La verdad es correspondencia de la verdad con los hechos; la sinceridad es la correspondencia de la palabra con la convicción. Por eso el presidente López Obrador miente cotidianamente sin pena alguna. Le importa ser sincero, no veraz.
Una de las tareas más laboriosas de la mañanerología es la mentirometría. El registro de esa contabilidad es interesante: ¿Cuál es la tasa de mentira por pregunta? ¿En qué conferencia se rompió el récord de mentiras? ¿En qué órbita se pronuncia una mayor tasa de falsedades? Todos los días la contabilidad registra decenas de engaños que se pronuncian con agilidad sorprendente. Se miente de todo, pero, insisto, con convicción. En el fondo, lo que expone esa notable productividad presidencial es el hermetismo de una cabeza que no pretende poner en riesgo la ideología con los fastidios de la realidad.
El presidente López Obrador ha logrado dominar el arte de fingir autenticidad. Se le percibe como un hombre que dice lo que piensa y que cree en lo que hace. No se le ve como un impostor sino como un político de convicciones. Será cachado muchas veces mintiendo, pero no siendo quien no es. Con esa credencial se le da paso libre no solamente a sus mentiras sino a las consecuencias ruinosas de su "autenticidad". La convicción puede ser una coartada. El fanático de sí mismo sería visto como un hipócrita si, de pronto, nos tratara de engañar aparentando que se tomó el tiempo de leer el articulado de una ley o reconociera la veracidad de un dato desfavorable. Su desinterés por la verdad, por la ley por los datos es auténtico. Tengo la impresión de que por eso la rutina de sus mentiras y la catástrofe de sus políticas le resulta, hasta el momento, barata.