Historias Cotidianas: Doña María vende su ropa de segunda mano, pero teme volver a su casa
Ciudad Victoria, Tamaulipas; María de Jesús Garza Alonso, de 72 años de edad, camina casi un kilómetro con su carrito cargado de ropa, zapatos y bolsas de segunda mano.
Sale muy temprano por la mañana de la colonia Benito Juárez hasta la colonia Buena Vista, donde todos los miércoles se pone un tianguis.
Pero salir a vender a ella no le preocupa, lo que sí le quita el sueño es no poder vivir en su casa, en la colonia Vicente Guerrero.
Esta es la tercera ocasión que la viejecita sale huyendo de su propia casa.
"Esta es la tercera vez que me salgo de mi casa; a veces me voy a rentar y otras veces me voy con una sobrina, por ejemplo ahorita estoy viviendo con una sobrina", dice.
Mientras la acompañamos en su caminata, en lo que llegamos a la casa de su comadre donde se pondrá a vender, platica que hace cinco meses decidió salirse de su casa porque su hijo, de 51 años, a veces se pone muy agresivo, y ella le tiene miedo.
“Mi hijo es buen muchacho, pero las adicciones lo tienen así; es como yo, muy trabajador, él dice que tiene que trabajar para su medicina".
De los 5 hijos que María de Jesús tuvo solo le quedan dos; tres fallecieron cuando estaban muy chicos.
Además, lleva 24 años de viuda, su esposo, de nombre Mariano Rodríguez Castañón, de oficio tránsito, murió a causa de una trombosis.
"Mi esposo me duró más de dos años enfermo, me dediqué en cuerpo y alma a cuidarlo", nos comenta mientras acomoda la ropa en el tablón que le prestó su comadre.
A pesar de su edad, María de Jesús es muy activa, terminando de vender, se va a una primaria a recoger a los hijos de su sobrina, aunque a veces, como le pasó ayer, se le olvida que debe pasar por los niños.
“Ayer me agarré a limpiar la casa y perdí la noción del tiempo, cuando vi el reloj ya era la una de la tarde y los niños salen a las 12:30, cuando llegué a la escuela ya tenían rato esperándome, porque todavía me tengo que ir en micro", dice.
María de Jesús no pierde la fe en Dios de que un día su hijo supere su adicción y ella pueda volver a su casa.
Mientras eso sucede ella no deja de sonreír, de creer, de trabajar porque dice que andar en la calle es su mejor terapia.